Como vidrio empañado



Correspondencia Lunar

Ciudad Quesada, 09 de Octubre de 2014



Sistema Solar, Órbita Terrestre
Vía Láctea, Cúmulo Local

Querida Luna:

Cuando la miro y pretendo en mi ignorancia recordar todas las historias que he oído sobre usted no puedo sino temblar y morderme el labio mientras un sobrecogimiento me invade el cuerpo y caigo en la cuenta que no puedo recabar todos estos relatos en una sola historia, por lo que le presento esta humilde misiva como un gesto al reconocimiento de su magnificencia.
Con esta humilde presente es que entonces pretendo relatarle, Oh luna!, el conjunto de sentimientos que pululan en mí al captar su faz con mis efímeras pupilas, confieso que en un inicial arrebato de vergüenza estuve a punto de arrepentirme de esta empresa, mas no podía permanecer impasible ante la idea de acallar mi alma con este asunto.

Para mi esto de las misivas es algo nuevo y un tanto extraño, nunca necesité de ellas para comunicarme, menos con quien no puede responderme, pero luego de pensarlo un poco me pareció incluso mejor esta peculiar característica de mi correspondencia, no creo que, incluso si fuera posible obtener una contestación, me alcanzara el tiempo de vida para leer todas las historias que podría usted contarme al plasmar estas palabras también una dulce resignación tañe en mí al comprender lo corto de nuestro paso por esta vida en comparación a los milenios de su existencia celadora.

 Volviendo pues, a mi breve relato en esta carta que deseo extenderle, le comento varias de las primeras historias que recuerdo con su presencia solitaria en el amplio cielo estrellado:
Recuerdo que me encontraba en un vehículo viajando a una velocidad no muy significativa por una llanura oscura y tétrica, o eso pensaba al inicio, antes de mirar por la ventana y asombrarme. Me asombré pues de la luz que usted emite (o refleja más bien), esa luz, en ese momento no solo iluminó la llanura que cruzaba, sino también a mi ser interno, disipando el miedo que la oscuridad plantaba en mi corazón. Allí fue donde le perdí miedo a la noche, mientras pudiera ver su rostro en lo alto, acompañándome.

Unos años pasaron, y entre sus fases que transcurrían con los meses me asaltó el recuerdo que solamente estamos en una roca ala deriva en una inmensidad insondable, sin posibilidad de comunicación, allí me sentí miserablemente solo, aún entre millones de personas, dado que solamente somos curiosidades en el ordenamiento de la materia que escogimos una particular roca para surgir. Esta amarga noción carcomía mi adolescente ser, pero luna, oh luna hermosa, allí en lo alto usted me miró, como una madre mira a su hijo, y fue allí donde comprendí que usted es una madre celestial que ha velado por las primeras conciencias que se desarrollaron y todas las que a lo largo de la prehistoria y la historia la contemplaron silenciosamente a la orilla del mar, como yo lo hacía en ese momento; allí me sentí parte de algo más grande que mí mismo, en su rostro observé a la humanidad que no puede evitar sino maravillarse ante el espectáculo que noche a noche usted nos regala sin esperar retribución alguna.

Luna, astro, satélite, madre, las palabras se me gastan y la memoria no me alcanza para lograr plasmarle más historias de mi vida en esta carta, además que sé que usted ha sido la testigo silenciosa de todas mis ocurrencias y que en su accidentada superficie guarda entre la evidencia de los tiempos turbulentos del universo las historias de cada uno de aquellos quienes la observamos en silencio, solos, acompañados, tristes, felices, llorando, riendo... en fin, toda esta perorata se justifica en que no puedo encontrar la manera adecuada de despedirme de usted, pues siempre espero encontrarla al dirigir mis ojos al cielo, allí pálida, dorada, excelsa; además no se me da muy bien esto de las despedidas, así que solo me queda decirle  Adiós!. 

Siempre suyo, un mal redactor de cartas.