Fantasma

El Crepúsculo acechaba distante mientras el tren hacía su solemne ingreso al andén. Hacía un frío veraniego de esos famosos por fomentar las ventas de medicamentos para el catarro y la tos, una tarde en la cual había que cubrirse pues incluso las putas del bar frente a la estación llevaban sus chaquetas puestas, aunque sus vestidos necesariamente debían dejar a la vista sus carnosas piernas con tal de atraer a algún cliente que buscase algo de beber y un poco de calor para olvidarse un rato del diario vivir.

El silbato rugió desde la oruga metálica que reptaba lentamente hacia nosotros, el sonido del motor que la impulsaba apenas era imperceptible debajo de todo el barullo que armó su presencia en la estación, el vendedor sacudió el polvo de su delantal se acomodó el abrigo y empezó a repartir tiquetes con una solemnidad cual si fuesen ostias, con ello demostró que pudo haber sido un gran párroco si se lo hubiera propuesto pero las miradas insidiosas que dirigía a sus feligresas le quitaron la sotana y el cáliz que imaginé que llevaba mientras realizaba su tarea.

Como vacas nos acercábamos a las puertas para abordar mientras otras vacas desalojaban los compartimentos del tren-oruga, bufando y mugiendo sobre el día, las compras, la gente, el cáncer del abuelo, las aventuras amorosas del vecino y las andanzas de la mal portada de Lucía. Cada vaca ansiaba volver a su pastizal para pastar, beber y sacarse el frío que mordía sin compasión los extremos de pies, manos, orejas y narices que quedaran al descubierto.


Entré y agradecí un sitio único al lado izquierdo del primer cajón de la oruga ferroviaria, pues su interior era cálido y oscuro como una cueva y me permitía ejercer el digno oficio de soñar despierto. Sentado en mi zona de confort la noche que cerraba rápidamente, el viento aullando entre las vías, los niños llorando por el frío y las putas tristes fumando un cigarrillo terminaron de convencerme que no sería un viaje normal.

Zarpamos.

La estación de partida se perdió entre las crecientes sombras en la primera curva del camino y solo quedó el paisaje efímero que se veía consumido por la incansable penumbra. Las paternales montañas quienes un día observaron a los primeros pobladores autóctonos recorrerlas en busca de alimentos, refugio o medicinas, refulgían con tonos dorados y verdes mientras impasibles vigilan la vida de la urbe en sus faldas, ahora miran con especial curiosidad a esa pequeña oruga cuyo hado depende donde esos finos cabellos negros la quieran llevar.

Primera estación. Baja ganado. Sube ganado.

Como ni el sticker pegado en el vidrio de la ventana ni la creciente noche dejaban observar el paisaje, imagino uno lleno de borrones indescifrables a los cuales les puedo achacar la identidad que desee: perros, gatos, cabras, niños llorando de hambre, señoras que vuelven del súper envueltas en sus abrigos, hogares donde huele a pan y a café. Cuando el juego pierde su novedad vuelvo a la realidad en la que me encuentro y descubro mi reflejo ceñudo mirando dentro del vagón, parece que busca algo aunque no sabe que. ¿Qué quiere? ¿Qué quiero? 

Segunda estación. Próxima parada la melancolía.

Las ruedas del tren sonaban compasadamente debajo de nuestros pies: de los míos y de los de mi reflejo que va a mi lado, como no logré descubrir que era lo que buscaba volví a mi juego e iba imaginando que por la ventana un paisaje de verdes y doradas montañas estaba siendo devorado lentamente por la oscuridad hasta que solo quedó la noche impenetrable. Fue allí cuando mis ojos se creyeron observados y salí de mi ensueño para descubrir la sombra fugaz de tus ojos color cielo observándome desde el reflejo de los míos, me sorprendió por un momento que estuvieras allí, dentro de ese sitio tan recóndito el cual no sabemos precisar si realmente está allí o lo imaginamos para almacenar la cordura y demás aspectos que creemos importantes en nuestras vidas. 

Tercera estación.

El tren ansioso por devorar las serpientes paralelas que definen su destino solo sueña con llegar a tiempo a la meta para volver de nuevo al inicio, al génesis de su propósito, nosotros los de adentro ni nos inmutamos con su metálico anhelo y nos enfrascamos en preocupaciones más banales como el estado de las vías, el clima y el porqué decidimos viajar en tren en primera instancia.

5:25, 6:15, me repites los horarios, las conexiones y las rutas en un susurro con tal que las memorice y no vaya a perder el rumbo que llevo, por momentos me parece ver que se asoma una sonrisa sabor a miel bajo tus ojos que me miran con curiosidad, pero no estoy del todo seguro si en realidad tus ojos desvelados me miran desde la oscuridad de los míos o es solo el fantasma de un anhelo que me mortifica cuando aún rodeado de gente me siento un poco solo. Me hallo en la mitad de este pensamiento cuando el tren amaina su empuje y las luces de un anuncio publicitario de pacotilla rompen en mil pedazos la ilusión sin que alcance a descifrarla.

Última estación. Desciendo y continúo mi camino sin mirar atrás.