Y me siento a escribir

(Las risas)
Helos aquí: Inmutables, inmóviles, disparejos, rotos, opacos, decaídos; balanceándose cadenciosamente en los espacios donde con esfuerzo logré alguna vez cosechar más de una sonrisa para la cena.
Aquel sitio donde cariñosamente tallaba maceteros con sueños que luego con orgullo colgaba sobre mi cabeza, bien cerca de la ventana para que pudieran beber de la luna.
Cuando la temporada era buena y el clima favorecía las cosechas en el hogar abundaban las risas: risas grandes, risas pequeñas, estaban las risas agudas y cortas, aquellas más graves y extensas, las había también entrecortadas, disimuladas, socarronas, burlistas, simpáticas e incluso vengativas; en fin, eran tantas la risas que siempre tuve que tener el cuidado de enfrascar las mejores, seleccionándolas por su melodía, apariencia y uso específico; de este modo poseía risas para todo el año, e incluso para regalar a mis amigos y familia.
Pero los maceteros se han deteriorado con el tiempo y las tormentas que acechan en su misterio insondable, se acabaron los sueños para hacer más y hoy difícilmente me doy a la tarea de sacar risas de mi conserva si no es para un evento especialmente alegre, o bien la despedida cada vez más silenciosa y triste de uno de mis amigos, donde la risa es justa y necesaria.
Por eso clamo: "Helos aquí", y la casa se hace cada vez más grande, y la casa se hace cada vez más silenciosa.

(Los dolores)
Vienen y van.
¿Qué más da el tiempo que se tarden?
Sólo sé que vienen y a veces se van, y con eso siento que basta.
¿Que si me duele?
Duele. Sí, pero hay dolor y hay dolor
¿Que si me alegra?
Alegra. Sí, pero hay alegría y hay alegría
Si mirando la oscuridad de la noche con energía
a veces la vista nos engaña con brillos inesperados,
¿No cabe pensar que confundamos en ocasiones la luz y la oscuridad?
¿No cabe pensar que confundamos en ocasiones la oscuridad y la luz?
¿Es que ambas no comparten el espacio en todo momento?
Somos habitantes del eterno claroscuro.



(Los recuerdos)
Iba marchando a través del río sin inicio y sin final de los recuerdos, aquel río que alguna vez juré explorar con mi padre a quien le apacía desde sus orillas probar suerte con la pesca. Era un río frío y cargado de recuerdos de formas casi indescriptibles, donde palabras como garabato, arabesco y morraco no podían ser utilizadas con justicia.

Divagaba en mi andar y de cuando en vez alguna que otra alga de la memoria se enredaba en mis piernas, con dificultad la extraía del riachuelo y con delicadeza buscaba examinarla, pero su cifrada oscuridad siempre se escapaba viscosa entre mis dedos.



1 Comentaron:

Anónimo dijo...

Y aquí sigo...
Pito :)